La piedra y el Agua

La piedra y el Agua

Fragmento de “El Cielo está Abierto”

El hecho más revelador que experimenté mientras vivía en esas latitudes se produjo durante una mañana de invierno, pasado el mediodía, mientras leía sentada en una roca, disfrutando del calor siempre estival del desierto. A partir de esa vivencia pude comprender a cabalidad lo que estaba sucediendo en nuestro planeta y la forma en que nos involucraba como humanidad. Una vez más la naturaleza daba la prueba de su sabiduría, escondida en los eventos más simples.

A pocos pasos del lugar elegido para mi lectura se había formado un pequeño charco de agua, producto de una breve pero intensa lluvia nocturna. El frío de la noche lo había convertido en hielo, tan
sólido que se podía pisar sin que se resquebrajara; a medida que pasaba el tiempo, veía como los rayos del sol lo iban derritiendo, hasta convertirlo en una poza que se evaporaba rápidamente.

Al tiempo que esto sucedía, un estampido, seco como el de un disparo, me sacó violentamente de mi contemplación. Lo sentí tan cerca que mi primera reacción fue levantarme de un salto dispuesta a alejarme lo más rápido que pudiera; pero, al mirar hacia el lado de donde provino el ruido, pude darme cuenta, con asombro, que una gran piedra había estallado, fragmentándose.

¿Qué había ocurrido?

El sol había calentado con la misma intensidad tanto a la piedra como al agua, pero ambas tenían diferente frecuencia vibratoria; mientras la de la piedra era menor, es decir más lenta, la del líquido era mayor, o sea, sus partículas atómicas giraban a mayor velocidad, más cerca de la frecuencia vibratoria del electrón, que es luz. Ambos elementos habían sido expuestos al mismo frío intenso de la noche y a la influencia de los rayos solares que, en el desierto, durante el día, mantiene una temperatura ligeramente variable entre invierno y verano no inferior a los 22 grados.

Los dos elementos, que en un momento habían adquirido una apariencia similar en su solidez y temperatura, habían reaccionado de acuerdo a su capacidad de sintonía con las altas frecuencias de la energía solar, teniendo el agua una respuesta armónica, en tanto que la piedra no había alcanzado el grado vibratorio elevado que le permitiera ajustarse a las nuevas frecuencias recibidas, produciéndose así los resultados descritos.

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